El soliloquio de una mujer desesperada
"Esta vez Dios se olvidó de nosotros. Se olvidó avisarnos a los habitantes de Las Hernández, en Barlovento que el diluvio llegaría como en los tiempos bíblicos de Moisés. Aún así, no pierdo la fe y aguardo, en una calmada agonía, en las puertas de la capilla principal del pueblo. No era domingo de misa pero esperaba un milagro: esperaba que una enorme barca de madera con mil pies de alto llegará por mí y me rescatara como una doncella en peligro. Tal vez debo ser menos fantasiosa y seguir rezando entre murmuros, para que Dios aparezca, cierre el chorro en el cielo y la lluvia por fin se detenga. Cierro los ojos por un instante y sueño con despertar de esta pesadilla. Mientras los cierro, siento como mi holgada falda roza el agua que cubre un poco más arriba de mis tobillos, no tengo botas que protejan mis pies, que ahora caminan a ciegas sin saber que pisan –un escalón, un hueco o cualquier objeto desconocido arrastrado por los ríos. Me rio, por un momento, para mis adentros, no por felicidad sino por la ironía que me produce al ver un niño que carga un paraguas. Tuerzo los ojos y me preguntó amargamente: ¿Porqué carajo lleva un paraguas si la mitad de su cuerpo está sumergido en el agua enlodada? Ahora mí agonía se tornaba amarga".
Foto: El Nacional
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